O paralelismo entre Lula
e López Obrador se assemelha ao de seus próprios países: Brasil e
México parecem ser espelho um do outro, escreve Victor Becerra em Panampost. Basta lembrar que ambos os países têm longeva hegemonia esquerdista:
Encerrado en su celda
de Curitiba, Luiz Inácio Lula da Silva se volvió, de la noche a la
mañana, en un impresentable para la izquierda, al menos para la
izquierda mexicana. Entre sus militantes más destacados no hubo nada de
manifestaciones o protestas a su favor, llamados de solidaridad o
denuncias por su “injusta” condena. Vaya: ni siquiera tuits o post
fraternos. Actitud extraña, cuando antes todos los políticos mexicanos
de izquierda decían ser herederos de Lula y querían reunirse y fotografiarse junto a él, festejarlo con dinero público, cortejarlo celosamente, a pesar de sus negocios con el Gobierno del presidente Peña Nieto, recibir sus consejos, declarar que aplicarían sus políticas en el país y hasta que trasplantarían a México toda, toda su plataforma política.
Hoy tan devaluado se
encuentra Lula, que solo el matrimonio Dolores Padierna-René Bejarano
(que carga permanentemente con el descrédito de la corrupción) le
externó abiertamente su apoyo.
Incluso su ‘introductor’ en México y santón de la izquierda, Cuauhtémoc
Cárdenas, apenas dedicó a su encarcelamiento un par de tuits y, a
través de su fundación, un más bien escueto comunicado de tres párrafos, cuando antes todo eran abrazos y premios que le ofrendaban a Lula, encuentros privados muy publicitados y el discurso de que él y Lula eran uno mismo, al calor de una supuesta sólida alianza política entre ellos.
El mismo silencio guardan hoy los idólatras de Andrés Manuel López Obrador, tanto nacionales como extranjeros, que apenas ayer decían que, de llegar al poder, López Obrador sería otro Lula. Entonces, hasta el propio López Obrador se comparaba con el brasileño, en medio del proceso de copia mexicanizada que hacia de la estrategia de Lula para llegar al poder.
Al respecto,
recordemos que desde 2002, durante el primer debate de los aspirantes
presidenciales de ese año en Brasil, Lula había establecido su
estrategia, bajo la frase de: “Lulinha no quiere pelear. Lulinha quiere paz y amor“.
Entonces, ya había perdido tres elecciones presidenciales sucesivas y
optó por endulzar su imagen y su discurso, y esconder los símbolos
radicales de su partido. Así, comenzó a vestir de traje y a acercarse a
la misma iniciativa privada que había denunciado en sus tiempos de líder
sindical, esto bajo la tutela de Duda Mendoça, el mejor publicista de
Brasil y creador del lema “Lulinha: Paz y Amor” (al margen, hoy sabemos
que el propio Mendoça está implicado en los financiamientos ilegales de Odebrecht al uribismo en Colombia y de la constructora brasileña OAS a Michelle Bachelet y a Marco Enríquez-Ominami en Chile).
Ese nuevo discurso de Lula luego fue copiado
con éxito por el exguerrillero tupamaro José Mujica, para ser
presidente de Uruguay en 2010, y por el exmilitar golpista Ollanta
Humala, para ser presidente del Perú, en 2011. De allí López Obrador lo
retomó en 2012, quien fue entonces rebautizado como “AMLOVE”, derivado
de sus siglas AMLO, por sus discursos en los que defendía los principios
de una “república amorosa”. Hoy López Obrador sigue siendo consistente
en su tropicalización de Lula y reiteradamente llama “a la paz y a el amor”.
Al respecto, es
fascinante tratar de establecer un paralelismo entre Lula y López
Obrador más allá de la copia del discurso. Así, López Obrador es un
hombre que se jacta de ser “incorruptible” y de combatir la corrupción,
como Lula, pero que se ha rodeado de corruptos a lo largo de toda su
carrera política, igual que Lula. Parecido a Lula, López Obrador es un
político que ha vivido permanentemente entre los innumerables escándalos
de corrupción de él mismo y de sus cercanos, y siguiendo la opacidad
administrativa de Lula, ni siquiera fue capaz de hacer pública la
información de sus principales obras como gobernante de la Ciudad de
México, el único cargo significativo de Gobierno en su larga trayectoria
pública. Y como Lula, López Obrador es un político que tiene una nómina
de empresarios favoritos
para realizar las obras públicas que se propone emprender como
presidente, una insalubre alianza política con contratistas que ya vimos
cómo terminó con Lula.
Al respecto, tanto
Lula como López Obrador han dicho una y otra vez que no conocían los
montajes y ocultamientos de sus cúpulas partidistas y gubernamentales,
ni de la corrupción de sus respectivas manos derechas de gobierno: José
Dirceu, en el caso de Lula, y René Bejarano, en el de López Obrador. La
alucinante semejanza entre López Obrador y Lula llega, incluso, a que
tanto Bejarano con López Obrador, como José Dirceu con Lula Da Silva,
prefirieron sufrir la cárcel antes que implicar a sus caciques, aunque
Bejarano solo estuvo unos meses en el reclusorio, gracias a un parcial y
politizado sistema de justicia en la Ciudad de México, mientras que a
Dirceu se le han ido acumulando las condenas, pero en compensación, su
propia casa es su cómoda prisión. Más similitudes: hoy Bejarano ha regresado al servicio de López Obrador en esta su tercera aventura presidencial, como Dirceu al de Lula
en la cárcel. Quizá hasta aquí terminan los paralelismos, sin poder
establecerse una relación personal entre ellos, ya que al parecer existió cierto desencuentro entre ambos, en el contexto de la pasada campaña presidencial del mexicano.
Para dar una última
vuelta de tuerca, el paralelismo entre Lula y López Obrador se asemeja
al de sus propios países: Brasil y México parecen un espejo el uno del
otro. Así, suele ocurrir que cuando uno crece, el otro también lo hace,
pero que mientras en uno se establece un régimen de gobierno más
conservador, o amigable con los mercados financieros, el otro gira hacia
Gobiernos más proteccionistas o estatistas. Y luego giran en sentido
inverso, precisamente como frente a un espejo. Ojalá que el paralelismo
entre López Obrador y Lula no llegue al extremo de que sus vidas
políticas terminen igual, aunque para ello se requeriría que México
tuviera un sólido e independiente sistema de justicia como el de Brasil,
y eso se ve muy difícil hoy.
Ingrato es quien
niega el beneficio recibido; ingrato, quien lo disimula; más ingrato,
quien no lo restituye; pero de todos, el más ingrato es quien lo olvida,
escribió Séneca. Por eso la ingratitud es una madre fértil: produce
siempre muchos hijos dignos de ella, como hoy los políticos mexicanos de
izquierda respecto a Lula. Ciertamente no se trata de que la izquierda
mexicana se suicide y se vaya con Lula de cabeza directo al basurero de
la historia, para usar esa frase tan gustada entre los “progresistas”.
Se trata simplemente de que sus militantes sean coherentes con su
discurso y la trayectoria que dicen tener, y reconozcan su parecido y
deuda con el expresidente brasileño para, quizá, con suerte, corregir lo
andado y ahorrarse el mismo final.
BLOG ORLANDO TAMBOSI
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